DESDE EL CORAZON DE AMERICA DEL SUR, DESDE TACNA PERU LLEGA EL RAYO INKA

viernes, 26 de marzo de 2010

Reflexionando sobre la vida y la muerte de cada ser, y su autorrealización como esencia del Kristo


Escribo esta anécdota como corolario de tantas historias que tengo para contar a mis hermanos Gnósticos y que hacen parte del aprendizaje que he tenido que hacer en este largo camino de la Vida, donde por razones ya conocidas por muchos y desconocidas por otros, he tenido que venir haciendo un recorrido comprendiendo los diferentes aspectos de la Vida; es así como hoy me dispongo a ilustrar a ustedes esta penosa y para mí, muy dolorosa anécdota.

Solo me anima el interés que todos mis hermanos se den a la tarea de estudiar la Gnosis viva, esa Gnosis que vive y palpita en el corazón como viva representación del CRISTO VIVO; ESE HÁLITO DE Vida que se desprendió desde el Absoluto para venir hasta este mundo de las formas a mover las esencias que se encuentran diseminadas en la Naturaleza y en los humanos.

Es necesario comprender que el CRISTO nunca es histórico, el CRISTO es de un presente, solo que su enseñanza se extiende a todas las épocas para mantener su presencia latente en la Vida.

Un día asoleado de verano, mientras contemplaba el pasar de las nubes con rumbo desconocido, sabiendo que ese movimiento orquestado obedecía a desideratos divinos, y de la poca importancia que le damos a esas anónimas viajeras que son vistas por todos, mas que nadie conoce la misión invaluable que cumplen en la Vida, ya que son las encargadas de llevar las lluvias donde hay sequía para que la Vida se mantenga, yo me decía: “Qué lindo sería que nosotros, como humanos, también nos pudiéramos deslizar en la Vida dentro de un anonimato para llevar Amor, Sabiduría, Paz y Armonía a tantas criaturas que por razones desconocidas, no saben los motivos por los cuales sufren”.

Quise conocer el fenómeno que se sucede entre dos bandos enfrentados a muerte, defendiendo ideales que carecen de fundamentos cristianos. Sucedió en un territorio de nuestro afligido Planeta; al llegar allí fue grande mi sorpresa, ya que pensé que me encontraría con dos ejércitos enemigos, y no fue así; lo que pude observar fue algo que merece un verdadero análisis y reflexión.

Vi unas nubes sanguinolentas que flotaban en el campo donde sería la batalla; en esas nubes se formaron burbujas de un tamaño como de pelotas de baloncesto; esas burbujas iban produciendo unos sonidos que ensordecían mis oídos, y por ende los oídos de los ejércitos en conflicto, produciendo así una desesperación general.

Quise ver a las personas que se disponían a la batalla, pero no es fácil para mí explicar en unas líneas, el impacto emocional y psíquico que tenía cada una de aquellas criaturas, mucho menos poder explicar el espanto y el horror de los niños, mujeres, ancianos e indefensos que estaban presentes y que sabían, por un instinto natural, que en ese día sobre ellos recaería la muerte. Las carnes de los cuerpos de esas personas indefensas, antes de caer por las balas, se desgarraban y los gritos de terror que emitían, producían nubarrones negros que se mezclaban con las nubes rojas de sus adversarios.

Al ver esto, yo me decía: “¿Por qué estas personas antes de caer muertos, ya saben lo que les va a pasar, produciendo así este fenómeno en la parte interna?”. La respuesta no se hizo esperar, y fue así como pude observar que la vida celular de cada persona, animal o planta, tiene una intercomunicación con la Vida que sostiene toda la Naturaleza y antes de morir una persona, animal o planta, ya esa inteligencia de la Vida celular, lo sabe. Momentos desgarradores, horripilantes fueron para mí aquellos en que esas almas ya sabían que tendrían que morir y esas indefensas criaturas solo necesitaban que esa sentencia se ejecutara lo más rápido posible, para poder salir de aquel momento espantoso en que ya se veían muertos, pero estaban vivos.

Querido lector, en estos momentos en que escribo mi relato, viene a mi memoria algo que tiene demasiada trascendencia: “Cuando el Alma o Ego (llámese como sea), comprende que su sentencia o su fin ha llegado pero que su cuerpo todavía está vivo, recibe el «PRIMER JUICIO», y en medio del horror de la muerte y el rechinar de los dientes, pasa por su mente todos los momentos en que pudo haber hecho un cambio en su vida, ya que en ese instante no se ve atacado por la muerte, sino por toda la feura de lo que ha sido su pecado”......

Son instante que en la cronología del tiempo serían milésimas de segundos, pero que en la eternidad es tiempo. Niños, criaturitas que por su edad, no comprenden y que para ellos el horror es más grande, y todo se convierte en momentos desgarradores. Es así que el verdugo que ejecuta esa muerte no es una persona, no es un demonio, es algo más .......; es una fuerza que se ha encarnado en un cuerpo humano y que descarga sobre una inocente víctima, la fuerza de las «Tres Furias» que enloquece a las personas que ejecutan el crimen y la maldad.

 LA FURIA DE LA MENTE, « dizque de los ideales».
 LA FURIA DE LA VENGANZA, « dizque cobrando deudas anteriores».
 LA FURIA DEL PODER, «dizque para demostrar que son superiores»; pisoteando así la sangre de sus víctimas y encarnando por ende sus maldades.

Querido lector, usted debe saber que quien mata por venganza, sobre el victimario recaerá la venganza de la víctima; y fue así como pude observar con mis ojos y sentidos sorprendidos, la forma cómo se ejecutaba una guerra que no tenía razón de ser, en la que dos pueblos enfrentándose, envenenaban la atmósfera de nuestro Planeta; el rojo de los victimarios avanzando por el cielo, impulsando a otros a la destrucción, y la nube negra de las víctimas avanzando, invadiendo a otros con el rencor y la venganza; y las almas de esas víctimas, llenas de horror y espanto, condenadas a no tener regreso por tres cosas que quiero que usted, querido lector, sepa:

1. Porque, en el final de la raza, todas las circunstancias están dadas para que se intensifiquen las guerras y la destrucción.
2. Esas víctimas de la barbarie, al tomar de nuevo un cuerpo físico, no vendrían que a ejecutar más barbarie.
3. Porque esa atmósfera que dejan las víctimas, no tendría una forma de acabarse, y también no se podría limpiar el aura del Planeta al reingreso de toda criatura eliminada por esa barbarie.

Después de haber narrado este hecho, vino a mi presencia algo más conmovedor: “La Naturaleza, produciendo unas reacciones demasiado terribles, lanzaba fuera de ella a unas criaturas inhumanas que tenían patas de cabra, manos de mandriles, figuras humanas de escalofriante presencia, con colmillos que sobresalían de sus mandíbulas que más bien parecían de jabalí, emprendiendo la huida a lugares donde hubiesen más guerras”
Al ver esto, yo me preguntaba: “¿Qué clase de elementos son éstos?”, y una voz que ensordecía mis oídos, me decía: “Ellos son los que beberán la sangre de las víctimas y que continuarán ejecutando la maldad como castigo de quienes no quisieron arrepentirse a tiempo”; y yo, lleno de espanto, me seguía preguntando: “Esto merece una explicación más, ¿quién me la va a dar?”.

Pedí con gran voz en el campo desolado por la guerra que se estaba suscitando, ..... y se me apareció una niña que representaba unos doce años, con la ropa rasgada, las manos rasguñadas, con mucho dolor en su semblante y me dijo: “¿Qué hace usted aquí, en medio de este drama tan desolador?”, y yo le contesté: “Quiero conocer y saber quiénes son estas extrañas criaturas de una presencia horripilante que veo en el campo de batalla”; y la niña me contestó: “Son los elementos que se saciarán con la sangre de los hombres, mujeres, ancianos y niños que caen por la guerra; estos elementarios demonios se tragarán la sangra de tanto pecador, y a ellos los devorará el fuego del Planeta para que se depure”. Yo le pregunté: “¿Qué culpa tienen los niños, ancianos y mujeres de todo esto que está pasando?” y la niña me dijo: “Si no fueran culpables, no estarían aquí, no hubieran sido juzgados para morir en esa forma”. “¿Acaso, no son niños inocentes?”, fue mi pregunta, a lo que ella me contestó: “Sus cuerpos, sí, sus almas, no.” Le volví a preguntar: “¿Cuándo terminará esta guerra?”, y señalándome la gente, los pueblos, los campos y las ciudades, me dijo: “¡Mira todo lo que falta!”.

Le pregunté: “¿Por qué andas así, si tú eres la Madre Naturaleza?”. Me dijo: “Como anciana, es mucho lo que he enseñado a mis hijos; como mujer adulta son muchos los maltratos que he recibido y como niña, me siento huérfana porque quien me debería acompañar, cuidar y respetar, me ha maltratado y me ha abandonado”. Le pregunté: “Si hay un lugar seguro para poder vivir, dime dónde”. Me dijo: “Sí hay un lugar seguro, pero necesitas prepararte mucho para que puedas habitar en él” Y yo le dije: “¿En qué forma me preparo más?”, y ella me dijo: “Recuerdas que tú eres un Pueblo y si ese Pueblo se prepara, tú estarás preparado; si ese Pueblo no se prepara, tú no podrás viajar allá”. A lo que le dije: “¿Qué culpa tengo yo de la impreparación de ese Pueblo?”, y ella me contestó: “La Vida no sufre por sus culpas, la Vida sufre por las culpas de los que representa. Tú eres la Vida y haces parte de ella”. Le dije: “La Humanidad no acepta el Mensaje, ¿qué hago?”, y me dijo: “En el firmamento hay millones de estrellas, sin embargo el sol alumbra más que ellas y es uno solo. Cada persona que se levanta de entre los muertos, alumbra por mil; cada persona que encarna a DIOS, alumbra por tres mil, y cada persona que se libera, alumbra por seis mil. Solo necesitas:
 Ayudar a los que han dejado de ser «MUERTOS»;
 Ayudar a los que se van a unir a «DIOS»
 Ayudar a los que se «LIBERAN».
Con estos diez mil, tú puedes vivir en ese lugar seguro”.

Luego me dijo: “Ven, te muestro lo que quedará después de estas cosas”. Pude ver un paisaje lóbrego y desolado y me decía: “Así quedará todo lo que hoy es; las grandes ciudades donde tiene su reinado el demonio”. “Mira allá”. Pude observar campos floridos, cultivados con toda clase de alimentos frescos; en medio de esos campos habían pequeñas viviendas con personas que labraban la tierra. “Allí habitará ese Pueblo que no ha hecho reinados en la tierra, que solo vivirá de los frutos de sus sembrados y dando frutos para el Creador”, luego me dijo: “Me marcho......”. Le pregunté: “¿Tengo alguna fecha para que se cumpla todo esto?”, y me dijo: “Esto ya se está cumpliendo, si tú crees en lo que te he narrado”.

LA NATURALEZA.


Servidor V. M. Lakhsmi

jueves, 4 de marzo de 2010

COMO SE SACRIFICA EL SUFRIMIENTO

Voy a decirles a ustedes una gran verdad: el dolor, ciertamente, se sacrifica autoexplo­rándolo y haciéndole la disección. Tomemos un caso concreto: pongamos que un hombre, de pronto, encuentra a su mujer platicando muy quedito, por ahí en un cuarto, con otro hombre. Realmente, esto puede provocarle ciertos celos. Ahora, si encuentra a la mujer ya demasiado quedito, en demasia­da intimidad con un sujeto xx, puede haber un estallido de celos acompañado de un gran disgusto; tal vez hasta tenga una riña con el otro hombre, por celos. Esto produce un dolor espantoso al marido, al marido ofendido, que puede dar origen a un divorcio. Hay un dolor moral horripilante; sin embar­go, no era para tanto, sino que simplemente platicaba muy quedito. Al marido no le consta nada malo, pero la mente, pues, hace muchas conjeturas y aunque la mujer niegue, niegue y niegue, la mente tiene muchos pasi­llos, muchos recovecos, en los que se forman realmente muchas suposiciones.
¿Qué hacer para eliminar ese dolor, cómo sacrificarlo? ¿Cómo renunciar al dolor que le ha producido eso? Hay una forma de hacerlo, de sacrificar ese dolor. ¿Cuál? La autorrefle­xión evidente del Ser, la autoexploración de sí mismo.
¿Están seguros ustedes, por ejemplo, que nunca han tenido relación con otra mujer? ¿Se está seguro que jamás se ha acostado uno a dormir con otra fémina? ¿Se está seguro que uno jamás ha sido adúltero, ni en esta ni en pasadas existencias? Claro está que nosotros todos, en el pasado, fuimos adúlteros y fornicarios; eso es obvio.
Si uno llega a la conclusión, pues, de que uno también fue fornicario y adúltero, entonces, ¿con qué autoridad está juzgando a la mujer? Al juzgarla, lo hace sin autoridad. Ya Jesús El Cristo, en la parábola de la mujer adúltera (aquella mujer de los Evangelios Crís­ticos), exclamó: "¡El que se sienta libre de pecado, que arroje la primera piedra!" Nadie la arrojó, ni el mismo Jesús se atrevió a acu­sarla. Le dijo: "¿Dónde están los que te acusaban? Ni yo mismo te acuso; vete y no peques más"... Ni él mismo, que era tan perfecto, se atrevió; ahora nosotros, ¿con qué autoridad lo haríamos?
Entonces, ¿quién es el que nos está provo­cando ese sentimiento de supremo dolor? ¿No es acaso el demonio de los celos? ¡Ob­viamente, sí! ¿Y qué otro demonio? El Yo del amor propio, que ha sido herido mortalmente, pues el Yo del amor propio es egoísta en un ciento por ciento. ¿Y cual otro? El Yo, dijéramos, de la autoimportancia (se siente muy im­portante, se dirá: "Yo, que soy el señor don fulano de tal, ¿y que esta mujer venga aquí, con esta clase de conducta?"). ¡Vean qué orgullo tan terrible el del señor de la autoimportancia! O aquel otro de la intolerancia que dice: "¡Fuera, adúltera; te condeno, malvada; yo soy virtuoso, intachable!" He ahí, pues, el delito dentro de uno mismo; ese tipo de Yoes son los que vienen a producir dolor.
Cuando uno llega a la conclusión de que son esos Yoes los que le han provocado el dolor, entonces se concentra en la Divina Madre Kundalini y ella desintegra esos Yoes; cuando se ha desintegrado el Yo, el dolor termi­na. Al terminar el dolor, queda la Conciencia libre; entonces, mediante el sacrificio del dolor, aumenta la Conciencia, se adquiere la fortaleza.
Supongamos que no sean simples celos, sino que hubo adulterio de verdad; entonces tendrá que venir el divorcio, porque eso lo autoriza la Ley Divina. En este caso, también puede decirse que se puede sacrificar ese dolor y decir: "Bueno, ya adulteró; ¿estoy seguro yo de no haber adulterado jamás? Entonces, ¿por qué condeno? No tengo derecho a conde­nar a nadie, porque el que se sienta libre de pecado, que arroje la primera piedra". "¿Quien es el que me está proporcionando el dolor? Los Yoes de la intolerancia, de la autoimportancia, de los celos, del amor propio, etc."
Habiendo llegado a la conclusión de que son esos los que nos están ocasionando el dolor, debemos trabajar para desintegrarlos y el dolor desaparecerá, quedará eliminado. ¿Por qué? Porque se ha sacrificado, y eso trae un aumen­to de la Conciencia, pues aquellas energías que estaban involucradas en el dolor, quedan libe­radas. Esto trae no solamente la paz del cora­zón tranquilo, sino que además trae un aumen­to de la Conciencia; eso se llama "sacrificar el dolor".
Pero la gente es capaz de todo, menos de sacrificar sus dolores, y resulta que los máximos dolores son los que brindan a uno las mejores oportunidades para el despertar, para el despertar de la Conciencia.
Hay que sacrificar el dolor, y existen muchas clases de dolores. Por ejemplo, un insultador. ¿Qué nos provoca un insultador? Pues el deseo de venganza (inmediatamente, muy inmediatamente). ¿Por qué? Por las palabras di­chas. Pero si uno no se identifica con los Yoes de la venganza, es claro que no contes­taríamos al insulto con el insulto; mas si uno se identifica con los Yoes de la venganza, éstos lo relacionan a uno con otros Yoes más perversos y termina uno en manos de Yoes terriblemente perversos y haciendo grandes disparates.
Así como existe fuera de nosotros la ciudad (la ciudad de México, por ejemplo) y así como en la ciudad esta de la vida urbana, común y corriente, hay gentes de toda clase: Colo­nias de gentes buenas, Colonias de gentes malas, así también sucede con la ciudad interior, con la ciudad psicológica; en esa ciudad psicológica viven muchas gentes, muchas gentes (nuestros propios Yoes son esas gentes que viven allí) y hay Colonias de gentes decididamente perversas, hay Colo­nias de gentes medias y hay Colonias de gentes más o menos selectas (nuestra propia ciudad psicológica es eso).
Si uno se identifica por ejemplo con un Yo de venganza, éste a su vez lo relaciona a uno con otros Yoes de barrios muy bajos, donde viven asesinos ladrones, etc., y al rela­cionarse con éstos, ellos a su vez lo controlan a uno, le controlan el cerebro y resulta hacien­do barbaridad y media (va uno, por último, a parar a la cárcel). Pero, ¿cómo evitar, en­tonces, caer uno en semejantes tugurios? No identificándose con el insultador, no identificándose.
Hay Yoes dentro de uno que le dictan lo que debe hacer y le dicen: "¡Contesta, véngate, sácate el clavo, desquítate!" Si uno se identifica con ellos, termina haciéndolo: contestando pues al insultador, termina uno vengándose, desquitándose; pero si uno no se identifica con el Yo que le está dictando que haga semejante locura, pues entonces no hace eso. En todo caso, lo interesante sería que el ofendido pudiera sacrificar el dolor, y puede sacrificarlo si a través de la meditación com­prende que el insultador es una máquina que está controlada por determinado Yo insultante, y que lo ha insultado un Yo, y si comprende también que él es otra máquina que tiene adentro Yoes del insulto. Enton­ces, si uno compara y dice: "Aquel me insulta, pero dentro de mí también existen Yoes del insulto; luego no tengo por qué condenarlo. Además, ¿qué es lo que se ha herido en mí? Posiblemente el amor propio, posiblemente el orgullo. Bueno, entonces tengo que descubrir si fue el amor propio, o si fue el orgullo, o qué. Cuando uno ha descubierto quién fue el que se hirió, pues si sabe que fue el orgullo, debe desintegrar el orgullo, y si sabe que fue el amor propio, debe desintegrar el amor propio. Esto da como resultado, al desintegrarlos, que queda libre del dolor, pues ha sacrificado el dolor y en su reemplazo ha nacido una virtud: la de la serenidad (a despertado aún más).
Hay que tener en cuenta estos factores y aprender a sacrificar el dolor. La gente es capaz de sacrificarlo todo, menos el dolor: quie­ren mucho sus propios sufrimientos, los idola­tran; he ahí el error.
Aprender a sacrificar uno sus mismos dolores, es lo interesante para despertar Conciencia. Claro, no es cosa fácil, el trabajo es duro y va contra uno mismo; es algo muy duro, no es muy dulce, pero sí vale la pena ir uno contra sí mismo, por los resultados que se van a obtener al despertar.

P.- Venerable Maestro: ¿qué es un Pa­ramartasatya?
R.- ¿Qué podría decirte de un Paramartasatya (de un habitante del Abso­luto)? No se alcanza semejante estatura sino mediante sucesivos despertares de la Concien­cia, y no se puede llegar a los sucesivos desper­tares de la Conciencia, sin aprender a sacrifi­car los propios sufrimientos. Porque, en rea­lidad de verdad, cada vez que uno sacrifica un sufrimiento, se acrecienta la Conciencia y se adquiere mas fortaleza psicológica.
Sacrificar el dolor: esa es la clave más extraordinaria que hay, para ir logrando el despertar de la Conciencia. Esos sucesivos despertares, a su vez van, dijéramos, acrecen­tando o intensificando el desarrollo de la Ra­zón Objetiva, que pertenece como ya dije a la Mente Interior profunda.
Hay que ir despertando la Conciencia, y conforme uno va despertando la Conciencia, va pagando Karma y lo va pagando, si uno, por ejemplo, se hace consciente del dolor que le produjo un negocio mal hecho. Supongamos, por ejemplo, que descubre que el Yo del egoísmo estaba allí activo; entonces lo desinte­gra y paga Karma; o si descubre que el Yo de la ambición estaba allí activo, paga Karma al desintegrarlo. Obviamente, si las gentes aprovecharan hasta el mas ínfimo suceso de su vida para sacrificar el dolor, a la hora de la muerte desencarnarían con la Conciencia lúcida, despierta y completamente libres de Kar­ma.
Ahora, en la práctica hemos podido eviden­ciar que realmente los demás no son los que nos producen a nosotros los dolores, los sufri­mientos: los provocamos nosotros mismos. Por ejemplo, supongamos que a uno de uste­des un ladrón le roba su cartera. Al saberlo exclamarán: "¡Me acaban de robar, he perdi­do mi dinero!" Luego viene la angustia: "¡Quedé sin dinero!, ¿y ahora qué voy a hacer?" Pero vamos a ver: ¿el ladrón nos produjo el dolor, o quién? Ustedes dirían que el ladrón, pero si se autoexploran, descubrirán que den­tro de ustedes está el Yo del apego al dinero, o del apego a la cartera y detrás puede estar también el Yo del temor que exclama; "¿Y ahora que haré sin mi dinero?"
De manera que allí están el Yo del apego y el Yo del temor; esos Yoes producen angustia. Pero si uno a través de la medita­ción comprende que el dinero es pasajero, que las cosas materiales son vanas e ilusorias; si se hace consciente de esa verdad, si esa verdad no queda simplemente en el intelecto, sino que pasa a la Conciencia; si llega uno a compren­der que estaba apegado a su cartera y a su di­nero, si llega uno a comprender que tiene te­mor de verse sin dinero frente a los problemas de la vida, entonces se propone, naturalmente, acabar con esos dos Yoes: el del temor y el del apego.
Cuando uno dice: "Voy a sacrificar el dolor, porque éste es vano e ilusorio, y le hace la disección a ese dolor y llega a comprender que en realidad es vano e ilusorio (porque una ca­rtera o el dinero son puras sandeces); termina en­tonces desintegrando el Yo del apego al dinero y el Yo del temor. En esa forma se sacrifica el dolor y éste desaparece. Al llegar a estas alturas, viene a darse cuenta quién era en verdad el que le estaba provo­cando el dolor, que no fue el ladrón el que le estaba produciendo el dolor, sino el Yo del apego a las cosas materiales y el Yo del temor. Y lo viene a comprobar después que sacrifica el dolor, después de desintegrar los Yoes del temor y del apego; entonces comprende que las causas del dolor las lleva uno dentro de sí mismo, no fuera de sí mismo.
Indubitablemente, si uno no sacrifica el do­lor, no será feliz jamás.

Servidor Samael